domingo, mayo 23, 2004

Mi vida como adiestrador de anchoas



Hay gente que se ríe de mi cuando digo que, efectivamente, soy adiestrador de anchoas. No me creen cuándo afirmo que una anchoa, en un estado violento, puede llegar a arrancarte una pierna de un mordisco, yo lo he visto con estos ojos.
He sido, durante cincuenta años, adiestrador de anchoas, y puedo presumir de haber visto anchoas de todos los tamaños imaginables.
Una vez, en el alta mar, buscando anchoas salvajes para una operación secreta del gobierno, vi a la Gran Anchoa, así es, una anchoa del tamaño de mi brazo y con el carácter del mismísimo demonio, vimos peligrar nuestras vidas, de hecho la Gran Anchoa se llevó la vida de cuatro de mis compañeros de expedición. Gracias a dios yo llevaba un palillo de madera que había cogido de un bar, pero la Gran Anchoa me dejó manco.
He de decir que siento pena cuándo veo a las anchoas en salmuera con parte de su sangre.
Lo que más me apena de todo esto, es que mi hijo no quiera seguir la tradición familiar de un empleo que está en franca decadencia, de lo que se están aprovechando las grandes inmobiliarias