Palacio de cristal
Ya te has ido. Me has dejado solo, aquí, en medio del salón, mudo, inmóvil, como una planta.
¿Cómo podré luchar yo solo ahora? Ni siquiera puedo permanecer en casa, tengo que salir de aquí.
Me doy largos paseos por la ciudad, sigo, sin sentido, los impulsos irracionales de un cerebro marchito. Me pierdo en nebulosas mientras miro el cielo sentado en un banco del parque. Busco por el suelo las razones que me vuelvan a llevar a casa, el camino de baldosas amarillas que me devuelva al mágico Reino de Oz. Vivo días enteros en casa del Sombrerero, permanentemente invitado al té de los locos.
Me miro las manos, y soy incapaz de mantener el pulso fijo, me desquician todos los que están a mi alrededor.
Vomito, me resbalo y me hago una pequeña brecha, sigo vomitando.
Paso por al lado de un escaparate y por primera vez en días vuelvo a ver mi cara. Me acerco más para verme mejor, y mientras me toco la cara me pregunto si esto no sería un motivo por el que acabar hecho un vagabundo, como en los libros de Paul Auster.
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