El coronel Ivan Istochnikov, piloto de la nave soviética Soyuz 2, desapareció durante un viaje espacial hace tres décadas. Las autoridades de su país diseñaron un plan para camuflar el fracaso del proyecto, y borraron a Istochnikov de la faz de la tierra.
El 26 de octubre de 1968, en plena batalla por la conquista del espacio, la nave soviética Soyuz 2 recibió el impacto de un meteorito durante el trascurso de una misión. El caso se archivó rápidamente. Se trataba, según los comunicados oficiales, de una nave no tripulada. Las autoridades soviéticas mentían: la nave estaba pilotada por el cosmonauta coronel Ivan Istochnikov, desaparecido en el choque.
Se ocultó el suceso para no retroceder un sólo centímetro en la batalla espacial que mantenían con los norteamericanos, afirmando una y mil veces que era un vuelo automatizado sin tripulación. Se confinó a la familia del piloto en el fin del mundo, se chantajeó a sus compañeros para que permanecieran en silencio, se borró su imagen de las fotografías y se manipularon los archivos. Pensaron que habían hecho desaparecer a Istochnikov para siempre.
Pero un golpe de suerte le devolvió a la realidad. El mismo que llevó a Michael Arena, periodista norteamericano miembro de la Smithsonian Institution, a una subasta de material espacial ruso en el Sotheby's de Nueva York. Arena adquiere un lote formado por escritos y fotografías de Giorgi Beregovoi, piloto de la Soyuz 3 en 1968. Entre estas últimas destaca la imagen de un grupo formado por seis cosmonautas que, reunidos a las puertas del Kremlin, esperan el comienzo de un desfile conmemorativo de la Revolución de Octubre. El reportero norteamericano reconoce la vieja foto, pero ve algo raro en ella y decide buscarla en sus archivos. En el libro Rumbo a las estrellas (1975) aparece la fotografía, realizada a partir del mismo cliché pero, sorprendentemente, sólo con cinco cosmonautas. La imagen de Istochnikov había sido burdamente borrada.
Arena, periodista de raza, comienza a husmear en los entresijos de una cosmonáutica soviética oscura como cráter de meteorito. El advenimiento de la perestroika facilitó su trabajo, antaño misión imposible.
Las primeras investigaciones revelaban que el día 25 de octubre de 1968 fue lanzada la nave Soyuz 2 con el cosmonauta-piloto Ivan Istochnikov a bordo. Sólo le acompañaba otro ser vivo: una pequeña perra llamada Kloka. Esta nave debía servir de blanco para que otra, la Soyuz 3 pilotado por el teniente coronel Giorgi Beregovoi, realizase con ella un ensamblaje orbital veinticuatro horas después. "Eran los tiempos en que los Estados Unidos y la URSS trabajaban contra reloj para llegar los primeros a la Luna", recuerda Arena. "Las presiones políticas prevalecían sobre las garantías técnicas y la carrera espacial se había cobrado ya algunas víctimas. En el vuelo que les había precedido, la Soyuz 1, las cosas fueron mal desde el principio y terminaron en un estrepitoso desastre: Komarov se estrelló al regresar, debido al mal funcionamiento del paracaídas".
La perrita Kloka y el coronel Istochnikov, durante un paseo espacial.
Una muerte se consideraba sólo un borrón en una historia gloriosa. Hablamos de un proyecto con un fin capaz de justificar cualquier medio. A estas alturas nada ni nadie podía frenar la carrera espacial: los intereses de ambas potencias eran muy grandes, y los fracasos se olvidaban con demasiada rapidez. "Después de un intento fallido de acoplamiento, la Soyuz 2 y la Soyuz 3 se distanciaron y perdieron el contacto", continúa Arena. "Cuando al día siguiente se reencontraron, Istochnikov había desaparecido y su módulo presentaba el impacto de un meteorito. En realidad, nunca se supo a ciencia cierta qué había ocurrido y el enigma se saldó con una suma de conjeturas. Pero, decididamente, las autoridades soviéticas no estaban dispuestas a admitir un nuevo fracaso y maquinaron una solución maquiavélica: declararon que la Soyuz 2 había sido un vuelo automatizado, no tripulado. A efectos oficiales Istochnikov habría fallecido a causa de una enfermedad unos meses antes. Para evitar voces reprobatorias se eliminaron todas las pruebas".
Un informe que hasta hace muy poco se había considerado como "alto secreto" del piloto la Soyuz 3, la nave que no pudo ensamblar con la Soyuz 2 de Istochnikov, ofrece varias alternativas que podrían justificar el accidente: "La primera que se me ocurre es el sabotaje, lisa y llanamente... otra sería una anomalía repentina en la salud mental o física del tripulante; ni siquiera habría que descartar el suicidio". Finalmente, Giorgi Beregovoi, el último hombre que vio al cosmonauta fantasma, reconoce que "habría que incluir la posibilidad de una abducción". Arena logró citarse con Beregovoi, después de muchas intentonas fallidas, para el día 1 de julio de 1995. El último hombre que vió al cosmonauta fantasma falleció veinticuatro horas antes.
Podría ser el argumento perfecto de una película de ciencia ficción, pero es mucho más que eso: se trata de uno de los episodios más siniestros en la historia de la conquista de la galaxia. Un capítulo más a añadir al libro negro del espacio soviético, donde se ocultan la explosión ocurrida el 23 de marzo de 1961 durante el programa Vostok (un cosmonauta muerto), la fuga de combustible durante el lanzamiento del misil SS-7 (un numero de víctimas sin determinar), y la calcinación de Laika, la perrita más famosa del mundo, achicharrada durante su paseo espacial en noviembre de 1957. La nave en que viajó Laika alcanzó temperaturas brutales al estar mal aislada térmicamente, y sus restos fueron sustituidos por otro animal de similares características nada más llegar a tierra.
© El Mundo (La Revista) por Javier Pérez de Albeniz